Lectores de buen gusto

martes, 26 de noviembre de 2013

La despedida de alguien.

El reloj marca la última, y única, campanada y yo sé que es ya la una de la tarde. La hora solitaria, la hora de tu adiós. Es curioso como yo nunca imagine que esto sería así, pero, ¿quién puede imaginarse un final? Creo que si lo hubiera podido elegir, no hubiera sido ni este día ni, mucho menos, esta hora. No a la solitaria una en un lluvioso lunes. ¿Quién quiere un final en lunes? ¿En el principio de la semana? Nadie, ni mucho menos yo. Pero a ti eso no te importó y le quitaste dos puntos a los puntos suspensivos de nuestra relación. Le pusiste punto final. Lo peor es que tú nunca terminas nada, no tu tarea, no tus quehaceres, ni siquiera tus dibujos. Aquellos trazos y líneas indefinidas que formaban paisajes y rostros. Pero a mí nunca me dibujaste. Creo que ahí empezó todo, ¿por qué no lo vi venir si todo era tan claro? Tus dibujos eran tu tesoro más preciado y tú nunca me dibujaste; mas yo siempre te escribí. Escribí sobre esos ojos cafés sin leche y tu sonrisa que destilaba miel.



¿Será que el error fue mío al no pedirte que te quedarás? Pero es sólo que yo no tenía motivos de retenerte que no fuera mi egoísmo y el inmenso amor que le tengo a tus manos. Tú siempre queriendo recorrer con ellas más arriba de mi cintura; y yo tan fascinada con tenerlas entre las mías. ¿Fue ese el problema? Sería algo injusto. Mis pechos son iguales que a los de cualquier otra mujer; mis manos, en cambio, no. Con mis manos alacio ese cabello tan rebelde que tienes y preparo aquellos pastelillos que tanto le gustaban.



Son y cuarto a las 3 y tú no estás. No llegarás, ya lo sé. Sé que odias las despedidas tanto como la impuntualidad y que ésta es tu manera de decir adiós. Aún así, me pregunto, ¿qué es una despedida si no es de dos? Yo te despediré el sábado a las 6 de la tarde. Al final de la semana, al final del día. No hoy, no a la una, no sin ti.

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